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Niégate a ti mismo

  • Vimarie Santiago
  • Dec 6, 2016
  • 5 min read
 

Vivimos en una época de mucha confusión, donde muchos valores se han perdido, y esto a trastocado la familia y su balance. Por muchos años crecí creyendo en el sistema del mundo, y aun cuando acepté a Jesús como mi salvador, mucho de mi comportamiento y sistema de valores no reflejaban la nueva vida que había recibido de parte de Dios. Cuando uno se convierte a Cristo, al principio es un tiempo de mucha euforia y pasión. Se te abre una puerta a cosas que desconocías. Ese primer amor se te revela como un torbellino donde te sientes seducido, emocionado, y es toda una maravilla. Lo relaciono con esa primera vez que descubrimos que estamos enamorados de alguien; ese enamoramiento joven y lleno de energía que corre por tus venas, y ocupa tu mente la mayoría del tiempo. Así son las primeras experiencias en Cristo. Como toda relación, el amor no se puede quedar en esa etapa, tiene que haber un periodo de maduración. Dios quiere que crezcamos en nuestro caminar hasta alcanzar la máxima expresión en Cristo Jesús. (Filipenses 3:14)


El afán de la vida nos invita a concentrarnos en sobrevivir, y a dejar pasar las cosas que verdaderamente son importantes. Hoy día, las personas escogen sus carreras profesionales por el lucro económico que puedan obtener, y no por cómo esa carrera satisface la necesidad de autorrealización profesional. Igualmente en la vida en Cristo, muchos llegamos a conocerle porque estábamos pasando por momento muy difícil, y recibimos una palabra de aliento que nos llevó a desear que Dios entrara en nuestras vidas. Ya una vez Dios nos libera de la situación, volvemos a ser consumidos por la rutina, y nos olvidamos de lo que Dios hizo. Pero esto es solo un circulo vicioso, porque nuevamente tendremos problemas, y volveremos a pedirle ayuda a Dios. El Señor no tienen ningún inconveniente en ser tu proveedor, esa es una de sus maravillosas promesas, además de eso, quiere ser todo para ti. (Filipenses 4:19)


En mis años en el Señor me he dado cuenta que una de las temporadas más duras, es el tiempo de transformación. Ese tiempo lo comparo con el matrimonio. Durante el noviazgo se da una dinámica en la pareja, donde el amor romántico suele ser el protagonista, y nuestra razón está hipnotizada por el encanto del mismo. Con la llegada del matrimonio, nuestros ojos se abren a una nueva realidad, donde si queremos que funcione, ambos tenemos que poner de nuestra parte. Con esta etapa llega ese momento de ajuste, de compenetración; viene el tiempo de ceder mi voluntad para lograr un acuerdo que beneficie a ambos. Así es esta etapa de transformación, en la cual Dios comienza a moldear nuestro carácter, limpiar nuestra mente y corazón, y donde tenemos que ceder montones de cosas con tal de llegar a una armonía con Dios. La Biblia lo ilustra de esta manera en Mateo 16:24: "Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme." Aunque esto suena fuerte, Jesús mismo acompaña esa instrucción con una promesa: "Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho." (Mateo 16:27)


Una de las cosas más duras que he tenido que atravesar en este tiempo es, precisamente, esa; negarme a mi misma. Tal vez te preguntarás que cómo es eso de negarse a sí mismo, pues, es entregarle a Dios todo lo que has sido hasta el día de hoy, para que sea él quien ponga cosas nuevas en ti. Te doy un ejemplo: tu reaccionas a situaciones de determinada manera, porque esa es la forma en que aprendiste a hacerlo. Puede que sujetarte a una autoridad sea prácticamente imposible para ti; puede que reaccionas airosamente a la crítica; incluso, puede que hables de manera negativa la mayoría del tiempo. Pues precisamente todas esas cosas son las que hay que sujetar a Dios: la rebeldía, la ira, los pensamientos y palabras negativas, los celos, el rencor, el odio, y otras emociones que te hacen daño. Sujetamos todo esto para que Dios pueda quitarlas, y en su lugar, poner los frutos del espíritu, que son: el amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. (Gálatas 5:22)


Hacerme la idea de negarme a mi misma fue, por mucho, aterradora. Pensar en dejar atrás todo lo que he sido, -bueno y malo-, y esperar a que Dios poco a poco fuera forjando un nuevo carácter me resultaba agobiante. Todos los días uno experimenta situaciones, y parte de nuestras reacciones son un método de defensa, entonces yo pensaba: "si ya no puedo ser así, qué voy a hacer cuando una persona quiera humillarme, qué voy a hacer cuando me quieran someter a unas reglas que no quiero seguir...". Pues ahí es cuando entendí que es importante conocer a Jesús, En esos casos, es preciso hacer lo que haría Jesús. No vengo a venderte la idea de que esto es fácil, y que pasará como si nada; desde el principio estoy diciendo que es una de las etapas más duras, y también será una de las etapas más gloriosas de tu vida. Con el tiempo, la disciplina, la fe, y amor a Jesús, mi carácter fue cambiando, Lo he visto en mis relaciones, en mi servicio a Dios, y en mi relación con él. Cada vez hay menos barreras en mi corazón que me alejen de lo que Dios quiere hacer conmigo, porque he decidido, de corazón, que sea él y no yo. La garantía de gozo y paz son absolutas, aun en medio de los problemas por los que se atraviesan.


Mi humilde oración en esta hora es que, el Espíritu Santo comience a inquietarte, que te amarre con cuerdas de amor a la voluntad de Dios. Oro para que revele a tu corazón estos principios, que aunque muy básico, son fundamentales para la vida en el Señor. Declaro que, así como mi corazón fue conmovido por Dios, y decidí darle paso a todas las áreas en mi vida, así mismo tu corazón se pueda abrir a ese mundo de bendición y promesas que Dios lleva años deseando y guardando para ti.


Si hoy deseas que Jesús sea tu Señor y Salvador, y que te muestre el propósito que tiene para tu vida, repite esta oración:

"Señor, hoy acepto a Jesús como mi Señor y Salvador. Me arrepiento de mis pecados, y del tiempo que llevo huyendo de tu presencia. Te pido que entres en mi vida, y que transformes cada parte mi. Ayúdame a amarte y servirte. Creo que he nacido de nuevo en Cristo Jesús. Amén.

Si hiciste esta oración, estaría más que contenta de saber de ti. Puedes escribirme a anteelreyblog@gmail.com

Ante el Rey... Es delante de su presencia donde puedo ser transformado.




 
 
 

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